martes, 22 de julio de 2008

El nacionalismo de Rosas

Rosas y sus adversarios.
Rivadavia, el “visionario”, era ante todo un loco: un loco de la política; su cordura renacía en la vida privada, donde no interesaba a nadie.


El vasto silencio de los historiadores unitarios ha sido roto por el doctor LAVALLE COBO, que no es historiador. El silencio, pues, se prolonga detrás de él, en las sombras de la historia oficial: y el doctor LAVALLE COBO se lanza solo, en una carga de caballería que, como alguna de su vehemente antepasado, es una carga en el vacío: fuera del campo de batalla. Esto será lo que procure demostrar aquí, reprimiendo, a mi vez, cualquier “virulencia patriótica” y con el respeto y la simpatía que por tantas razones, directas e indirectas, me merece el doctor LAVALLE COBO.

Yo tampoco soy historiador, y esto bastaría a excluirme del debate, a no mediar aquel silencio, que también a mi me habilita para ensayar, aunque con “pluma vacilante”, la defensa del General ROSAS. Tarea en cierto modo fácil, para quienes no han aprendido en los textos clásicos a ignorar la historia –y hasta la geografía – de su país, y escaparon al peligro de obscurecer en ellos para su visión del pasado. Somos muchos, así, y los que estamos aligerados de fantasmas y en actitud de comprender, dentro de las limitaciones naturales de cada uno, el sentido de hombres y acontecimientos desfigurados en las crónicas por los protagonistas de una lucha que ellos mismos nos contaron.

Curiosos de otros libros y documentos, el azar de la lecturas nos llevó a comprender, con asombro, primero, y con irritación después, que en el relato de este episodio, en la explicación de aquél motín, en la semblanza de tal personaje o en la definición d tal partido, los cronistas no habían respetado la verdad: con lo que perdieron: con lo que perdieron ellos nuestro respetado. Descubrimos que no era indispensable ser eruditos para averiguar que hasta la versión del movimiento de Mayo nos había sido falsificada; que la verdadera independencia nacional fue proclamada por los montoneros del año 20. “contra” el Congreso de Tucumán, y las veleidades monárquicas de los directoriales unitarios; que la Banda Oriental, escarnecida durante años por ciertos hombres de Buenos Aires, había sido “entregada” a los portugueses, en acuerdo secreto con Inglaterra, y que, después de Ituzaingó, nos separó definitivamente de ella la acción de RIVADAVIA y sus agentes diplomáticos, quienes respondían a las exigencias apremiantes de CÁNNING, contra la política argentina de DORREGO; que LAVALLE, instrumento ciego en manos ocultas, fusiló a DORREGO sin justicia, sin autoridad, sin proceso y sin discernimiento, en un arrebato de granadero, y que las luchas sobrevivientes entre unitarios y federales, “europeístas” y “americanos”. “civilización”, “civilización” y “barbarie”, no representan sino las maquinaciones y arterías de los extraños para romper la unidad del antiguo Virreinato, crear cuatro países débiles en lugar de uno fuerte, oponer la influencia del Brasil a la nuestra en Sud América, consolidar el dominio inglés en el Río de la Plata y sustituir con el tiempo la población nativa – los gauchos de MARTÍN FIERRO – con los inmigrantes desarrapados – “JUAN SIN ROPA” – y analfabetos, que también representaban la “civilización” de Europa.

LOS UNITARIOS

El nacionalismo de ROSAS se define, ante todo, por su oposición a los unitarios, quienes desde 1812, con RIVADAVIA frente a ARTIGAS, hasta después de Caseros, estuvieron siempre al servicio, más o menos deliberado, de aquel plan de dominación extraña. Al juzgar la conducta de sus jefes de las logias secretas, cabe pensar, en su excusa, que les faltaba el sentimiento de lo nacional. No lo traicionaron, porque no lo tuvieron. Para los más caracterizados entre ellos, ser argentino era ser porteño, y ser porteño era un fenómeno de cultura personal, rara vez logrado en sus filas, porque, la verdad dicha, todo el partido unitario no produjo una docena de espíritus verdaderamente cultos. Los más ilustrados, los más famosos hoy, eran literatos y poetas, que, a títulos de cuales, pretendían erigirse en los supremos legisladores de la nacionalidad. En cualquier caso, fueron extraños al país, cosa que tardaron en descubrir, pues por un fenómeno característico de su vanidad, al principio concibieron éste a imagen y semejanza suya y luego, al comprobar la contradicción, dictaminaron que el país estaba equivocado. Vivieron mirando a Europa, de espaldas a la tierra en que habían nacido, de la que se avergonzaban sin ocultaron, como se avergüenzan los guarangos modernos. En el fondo no se sintieron nunca compatriotas del hombre del interior o de las campañas de Buenos Aires o de los arrabales porteños. Lo despreciaron, porque se creían superiores a él, cuando sólo lo eran en algunos aspectos, los de su cultura social y libresca, es decir, lo menos importante en la vida que les había tocado vivir.

En el origen de su política centralista no hay una doctrina – tan pronto eran republicanos como monárquicos – sino un interés de clase o de grupo que aspira a tener un país propio para gobernarlo e imponerle por decreto – o mejor dicho por ley, pues eran legalistas – la cultura “europea”: no española, ni inglesa, ni francesa, nada definido, sino “europea”, así en abstracto: lo único que no ha existido ni podía existir en ninguna parte de Europa. Todo hace creer que confundieron la cultura con las modas de la época y no comprendieron nunca que en la formación de una cultura nacional – de acuerdo al modelo europeo, precisamente – no podía prescindirse de la realidad nacional, el sujeto de la cultura. Pero esta realidad era lo que ellos no aceptaban. Querían rehacerla conforme a sus “ideas”, que habían convertido en ídolos. Y sus “ideas” no hacían de la experiencia, en el mundo que vivían: les llegaban, como las levitas, confeccionadas en otra parte.

La desvinculación de las ideas con la realidad es el caos, la locura. RIVADAVIA, el “visionario”, era ante todo un loco: un loco de la política; su cordura renacía en la vida privada, donde no interesaba a nadie. Sus adláteres – algunos de ellos siniestros por su perversidad sanguinaria – eran también los hombres de las contradicciones y de las incoherencias. Se llamaron UNITARIOS. Pero no admitían que la nacionalidad es una unidad moral que prolonga a través a través de las generaciones, y conspiraron contra la unidad de raza, de religión, de costumbres, de tradiciones, de cultura, en el pueblo argentino. Así confundieron progreso con sustitución, ignorando que solo progresa lo que se perfeccionado en el sentido en el sentido de lo ya es. Y nunca se propusieron el progreso del pueblo argentino, sino su trocamiento en otro pueblo distinto, que no sería hispánico, ni latino ni tendría pasado respetable porque lo habría repudiado. El ideal de los unitarios – que después extremó ALBERDI hasta el absurdo de las “Bases” – consistía en hacer del argentino real un ente tan descaracterizado como las propias imágines con que se sustituían las ideas ausentes. Los hombres de la realidad se levantaron contra ellos y los expulsaron del país. En eso consistía su tragedia de desterrados.

Pero antes habían llevado a la política el desorden de sus “ideas”, convulsionando a las catorce provincias con sus tentativas de predominio ilegítimo. Al aproximarse el año XX, comprobado su fracaso en el gobierno y sintiendo que el suelo temblaba bajo sus pies, creyeron que el país se hundía con ellos, porque ellos eran el país, y pidieron el Protectorado de Inglaterra o mendigaron en España o Francia - ¡y hasta en Suecia! – un monarca extranjero. Repudiados, con la Constitución de RIVADAVIA, que era su obra maestra, utilizaron a LAVALLE sublevado para iniciar la guerra civil. Cuando el orden se salvó con ROSAS, conspiraron contra el orden, siempre a la zaga de los extranjeros, para aquí “la influencia de Francia”, o para desmembrar la nación, después declararla disuelta, o para entregar los ríos interiores al dominio internacional, o para garantizar en forma en forma perdurable la independencia de las antigua provincias segregadas.

¿Traidores? La palabra es terrible y desagradable de aplicar, si no es en un sentido metafórico. Preferible es creer que FLORENCIO VARELA, por ejemplo, llegó a ser un desarraigado sin patria, ciudadano de una República inexistente, que había perdido en el exilio cualquier resto de solidaridad con los hombres de su tierra, No olvidemos, por lo demás, que con los unitarios militaron algunos guerreros de la Independencia y que un patriota como MARTINIANO CHILAVERT siguió también la política de Montevideo, hasta descubrir su entraña, antes escondida a sus ojos, que no eran de lince. ¿Cuántos habrán estado en la misma situación de engañados? El General PAZ rechazó el proyecto de separar a Entre Ríos y Corrientes de la Confederación Argentina que sometió VARELA para su aprobación. Pero ese mismo rechazo de PAZ, la sorpresa de CHILAVERT y los escrúpulos que más de una vez confesó LAVALLE antes del 40, prueban que el fondo de la conspiración unitaria era sombrío y que convenía mantenerlo oculto. Esa gente no “procedía a la luz del día”, como cree el doctor LAVALLE COBO.
En general, y aunque nos cueste recocerlo a los que también somos sus compatriotas, podemos decir con verdad que esa política que consistió, desde sus comienzos, en negar al país, y concluyó conspirando contra su integridad territorial, era en sí misma una traición a los hombres de la Conquista y de la Revolución. Era una traición a la historia, a los antepasados: una traición de los hijos a los padres.

NOTA:
(Estos párrafos selectos pertenecen a una de las obras del escritor ROBERTO DE LAFERRÈRE, una pasión argentina. Se trata del “El Nacionalismo de ROSAS”, capítulo I. ROBERTO de LAFERRÈRE fue un digno exponente de la generación que actúo entre las décadas del 20 y 30, cuando los cambios operados en el mundo repercutieron en nuestra patria. Nació en Buenos Aires el 10 de enero de 1900, hijo del escritor y político GREGORIO DE LAFERRÉRE y de TEODOSIA LEGUINECHE EZCURRA, descendiente ésta de la familia de la esposa del Restaurador. Sus antepasados lucharon contra los invasores ingleses, en la guerra de la independencia y en las luchas civiles. Este ilustre patricio falleció el 31 de enero de1963. Perteneció a la generación fundadora del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rozas en 1938. La obra que hemos resumido es “El nacionalismo de Rosas”, editorial Haz, Buenos Aires, 1953).

Editó Gabriel Pautasso
gabrielsppautasso@yahoo.com-ar
Diario Pampero nº 69 Corduvencis

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